El último viaje

Relato ganador del III Concurso literario de Humanización de la asistencia literaria del Hospital de Getafe «La vida después del Covid».

El último viaje

Demasiado tráfico en la carretera para ser un fin de semana normal, no festivo… Y, desde luego, demasiado para un viaje que no habría querido tener que hacer. O no de esta manera, ni con esta finalidad…

—Lo hemos hecho tantas veces…,¿verdad?— digo en voz alta mirando hacia tu asiento.

Yo lo recuerdo desde que tengo memoria, cuando cada verano, siendo tan solo una niña, eras tú el que conducía mientras yo descansaba estirada en el asiento de atrás. En aquel entonces no había cinturones de seguridad, ni era obligatorio que los niños viajaran en asientos especiales.

Mamá y tú hablabais de cualquier cosa y yo me iba adormilando con el sonido de vuestras voces.

Todos los veranos el mismo ritual, el mismo camino…

Te gustaba salir casi de noche.

—Por no coger caravana— decías— y porque así no viajamos con tanto calor.

En aquel momento me fastidiaba tener que madrugar tanto y me levantaba a regañadientes. Ahora, sin embargo, te entiendo, como con tantas otras cosas…

La primera parte del camino, las primeras dos horas, yo solía pasarlas durmiendo. Y así, casi sin darme cuenta, llegábamos al área de servicio del kilómetro 212. Era lo que más me gustaba del viaje. Encontrarnos allí con tantas otras personas, familias  que, como nosotros, emprendían su viaje. Eran desconocidos con los que, sin embargo, compartías algún nexo común: la ilusión del inicio de las vacaciones, los reencuentros con familia y amigos…

Me encantaba por todo ese espectáculo de caras nuevas, y también por el desayuno: cacao caliente con algún bollo. En realidad, nada especial que no puedas hacer cualquier otro día en cualquier cafetería cercana, pero para mí, sí lo era.

Ya sabes que sigo parando en el mismo sitio, aunque el área haya ido cambiando con el paso del tiempo. Ahora es más grande y es un autoservicio. Ya no te sirven los camareros en la mesa como antes. Ahora recoges tú mismo y pagas lo que quieres tomar, tras hacer una cola que suele ser  lenta y larga.

Después de esa parada, yo ya sabía que nos quedaban dos horas más para llegar. A partir de ahí ya no me dormía y mamá trataba a toda costa de mantenerme entretenida con tal de evitar que acabara mareándome, que era lo más habitual en mí. Y por eso leíamos todas las señales de tráfico que veíamos o intentábamos adivinar el color y modelo de los coches con los que nos cruzábamos en la carretera.

Cuando ya estábamos cerca de Valencia, siempre abría la ventanilla porque ya se percibía el olor húmedo y salubre del mar.

Fueron muy buenos aquellos veranos, sin horarios, recogiendo naranjas directamente de los campos que había justo a la espalda de nuestro apartamento, o bajando temprano a la playa en el momento en que llegaban las barcas de pescadores a la orilla, con la pesca de esa madrugada.

—¿Te acuerdas de aquella mañana en la que me dieron ese caballito de mar?

Yo nunca había visto ninguno y lo cogí con una mezcla de miedo y algo de asco, con las manos ahuecadas, como si a la vez no quisiera tocarlo y un mueca de desconfianza, pero pudo más la curiosidad al recelo. Era tan pequeño… Abría y cerraba su diminuta boca en forma de trompeta.

—Se va morir— me dijiste.

Y sí, lo arrojé de nuevo al mar, a su lugar.

He continuado viniendo casi cada año.

La última vez que vinimos los tres juntos  debió ser cuando cambiamos los muebles ¿no? Hará cinco años, tal vez cuatro. No estoy segura… Pero fue antes de que… mamá nos dejara.

Luego ya no quisiste venir. Supongo que te resultaba demasiado doloroso volver aquí sin ella…

Yo trataba de convencerte para que volvieras de nuevo, pero entonces fue cuando empezó todo esto, este caos, las noticias, el confinamiento…

Tú elegiste quedarte en tu casa en vez de venir con nosotros. Es verdad que pensábamos, por esa extraña razón que nos hace creernos al margen de determinadas cosas, que no nos afectaría directamente…

En esos primeros días sin salir a la calle, recuerdo que dijiste que en la playa lo habríamos llevado mucho mejor, pero no podíamos venir, claro…

Y poco después fue cuando empezaste a encontrarte mal…

Mira que te había dicho que no salieras de casa, que nosotros te llevaríamos cualquier cosa que necesitaras a la puerta, que era peligroso y que por eso nos recomendaban salir solo lo imprescindible…

Pero supongo que nunca fuiste tú de acatar fácilmente prohibiciones impuestas, y menos ante enemigos invisibles. Encerrado, te faltaba el aire. Eso te había pasado siempre.

Ya lo decía  mamá, que cada vez que te ibas de viaje por ahí porque te enviaba la empresa, la tenías preocupada  porque no había ni una sola vez que no acabaras metiéndote en los rincones más perdidos de cada ciudad, “para conocer la esencia de cada lugar” decías.

Y tú volvías tan contento, claro, contando mil aventuras, cómo te habías perdido y quién te había ayudado a volver, aquella vez que te robaron…

—¡No vas a parar hasta que te pase algo, ya verás!— te decía mamá cuando volvías—. Al final nos llaman un día de estos para decirnos algo terrible. ¡Y lo peor es que parece que te da igual!

Y no te daba igual, claro, pero es que tenías mucha suerte… Solo que la suerte no dura siempre y esta última vez no te acompañó. Esta vez sí caíste enfermo.

En tres días dieron el resultado positivo del test, lo que confirmaba que te habías infectado. No supimos dónde ni de quién, pero daba igual al fin y al cabo. Con una tos casi constante que ya te hacía difícil respirar, y con fiebre. Por eso decidieron que había que trasladarte al hospital. Cuando llegó la ambulancia me comentaron con preocupación que era mejor intubarte y trasladarte en UVI móvil. Esa fue la última vez que te vi…

Y solo una semana después recibimos aquella  llamada para comunicarnos que te habías ido, para siempre… Aún recuerdo, como si acabara de ocurrir, esa sensación dolorosa de mi propio corazón como si se detuviera de pronto, esa falta de aire, la pérdida de fuerza en las piernas, sentir que te desmoronas como una marioneta a la que dejan de tensar las cuerdas que la sujetan… La angustia e impotencia de quien daba la noticia al otro lado, sin saber qué más decir.

Me enfadé mucho contigo, ¿sabes? Por ese egoísmo tuyo de decidir por tu cuenta. Por no haberme hecho caso. Por no haber podido estar, ni coger tu mano, ni decirte adiós…Lloré intentando que toda esa rabia saliera junto a esas lágrimas que quemaban mi piel. Hasta quedar con los ojos enrojecidos, hinchados y los brazos tensos con los puños entumecidos, como apretando esa vida tuya, que nos había arrancado un virus, de golpe.

Y después, el vacío. En agujero de  la oscuridad de tus últimos momentos, desconocidos para siempre. Un vacío que he intentado e intento rellenar con cosas, con vivencias, con recuerdos… Aún no lo he conseguido. Tal vez después de este viaje… Porque aquí estamos. Yo conduciendo y tú, o lo que queda de ti en esa pequeña urna, sobre el asiento a mi lado, cumpliendo esta vez  tu último deseo. O eso me dijo aquella enfermera, cuando me entregó en una bolsa tu ropa, tu reloj y esa nota… Quiso dármelo ella misma. Tratar de hacerme llegar algo de la cercanía que yo o había podido ofrecerte.

—Ya apenas podía hablar, y fue poco antes de que… perdiera la conciencia. Pero él sabía que ya había llegado el final, creo— me dijo—. Y aunque me costó entenderle, alcancé a escuchar algunas palabras. Y las apunté en esta servilleta. Fue lo primero que encontré a mano. Creí que le gustaría saberlo…

“Perdóname… por irme así…

Llévame al mar, a nuestra playa…a encontrar a tu madre…

Allí nos encontraremos…”

Y ahí te llevo papá, a nuestra playa, a tu mar… Ahí te llevo en esta urna, a mi lado,  sin creerme todavía que todo tú, ocupes ya… tan poco.

Te llevo para dejarte descansar, para que tu alma nade con los peces, para que lo que queda de ti, repose entre los granos de arena, para que te fundas en el horizonte con el cielo y para que en ese infinito, encuentres a mamá… Tal vez aquí, yo siempre pueda volver a buscaros, ahora que ya no os tengo pero que tanta falta me hacéis. Imaginando vuestro abrazo en cada caricia del agua en mi piel, cada vez que me sumerja en la inmensidad de nuestro mar.

A lo mejor después de este viaje, pueda regresar y llenar los pulmones de aire y continuar con una vida, que se detuvo hace un año, cuando de este modo tan inhumano, te marchaste.

¿La vida después de esta pandemia? Me lo preguntan a veces…

Todo volverá a la normalidad. Volveremos a hacer las mismas cosas, tendremos los mismos y nuevos problemas, reiremos y lloraremos… Se recordarán las fechas, pero se olvidarán los nombres, las caras… Yo sin embargo, no olvidaré. Aquella enfermera, seguro que tampoco.

 Para mí, nada volverá a ser igual. Como un amputado, que pierde parte de sí, seccionado. Y una prótesis tratará de lograr devolvernos la capacidad de levantarse y andar de nuevo. No igual, no con la misma seguridad ni firmeza, pero andar.

—Y andaré, te lo prometo— digo mirando de nuevo hacia esa pequeña urna gris metalizada a mi lado, con la mirada nublada por las lágrimas— porque te lo debo. Tú que me llevaste de la mano en mis primeros pasos, que me enseñaste a montar en bici y a nadar… Tú que caminaste tanto en tu vida. Andaré por mí, y por ti y por mamá. Hasta que al final de mi camino, cuando sea, volvamos a encontrarnos…

(Raquel Esteban Hernández. Diciembre de 2021)

Publicado por restebanh

Soy Fisioterapeuta y Psicologa y una apasionada de la lectura y la escritura. Empecé a escribir desde niña y uso relatos, cuentos, novelas..., como medio para llegar al interior de las personas que acuden a mis terapias. Para mi escribir es soñar con palabras y leer es viajar sin límites.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: