Cuando nos creíamos invencibles, llegó un enemigo invisible que nos detuvo sin preaviso.
Un virus repentino nos despojó de los más preciado que teníamos y que dábamos por hecho incuestionable, la libertad.
Y no contento con ello, nos arrebató a nuestros seres queridos, alejándolos de nuestro lado sin permitirnos el consuelo de ofrecerles nuestra compañía, nuestra cercanía.
Este virus, el 20 de marzo de 2020, me arebató mi madre. Se la llevó a la cama de un hospital donde no fue posible permitirme la entrada. Donde fueron otros, a quienes no lograré poner rostro, ni nombre, los que la acompañaron esos días, hasta que se fue, sola, para siempre.
No pude decirle adiós, ni decirle muchas cosas que a veces, año y medio después, aún se me atragantan.
Por eso, tuve que escribirle esta carta, para sobrevivir y sobreponerme a su pérdida.
Por eso, tuve que escribir «Un adiós sin despedida».
Decidieron publicarlo en la Antología «El Club de los Relatores». Agradezco que lo hicieran pues para mí, es el homenaje personal que humildemente puedo hacer a todos aquellos que no volverán y a todos los que, como yo, tuvieron que vivir su pérdida, sin decir adiós.
Por todos ellos, para todos ellos y con la sincera esperanza de que aún podamos aprender de esto.